El hombre crea su realidad interior y su propia visión del mundo, en función de las verdades que va aceptando a medida que aprende a vivir. Las primeras que recibe, muy probablemente de boca de sus padres, son la base sobre la cual acumulará el resto.
Por asociaciones mentales, confronta lo nuevo con los conceptos ya guardados, y archiva. Algunas verdades se afianzan y otras se caen; así capas sobre capas van sumándose, formando la experiencia y la personalidad.
Para evitar confusiones, es fundamental la congruencia entre lo que decimos y lo que hacemos.
La peor confusión para un chico se da cuando descubre que le mintieron y lo vive con mucho dolor si esa mentira proviene de sus padres, porque siempre creyó cualquier cosa que pudiéramos haberle dicho; a partir de allí desconfiará del mundo exterior y considerará a todas las personas indignas de confianza.
La peor confusión para un chico se da cuando descubre que le mintieron y lo vive con mucho dolor si esa mentira proviene de sus padres, porque siempre creyó cualquier cosa que pudiéramos haberle dicho; a partir de allí desconfiará del mundo exterior y considerará a todas las personas indignas de confianza.
Pensemos que mentirle a un niño hace crecer dentro de él un fuerte sentimiento de inseguridad, que afecta luego su adolescencia y su madurez. Seguridad y Amor son los pilares más importantes en la formación del niño; la falta de ellos en la infancia genera violencia en la edad adulta.
Y algo que debe ser totalmente desechado de su experiencia es el temor a los padres; nunca tendría que sentirlo aún creyendo que ha cometido la más grave de las faltas.
El temor se origina cuando los padres, de distintas maneras, castigan a los menores liberando en ellos su coraje o su impotencia. En lugar de entenderlo como corrección o persuasión para evitar fallas futuras, los niños lo entienden como un mensaje de odio. Y sin importar cuán pequeña o grande sea su falta, mentirán para evitar el castigo, no tanto por lo doloroso que pueda ser, sino por el miedo que les da percibir el odio o el desprecio de los demás hacia ellos.
El maltrato y el castigo infantil, son factores que, además de provocar temor, se traducen en miedo al rechazo y agresividad futura.
Por otra parte y a nivel general, debemos ser concientes del mundo que les mostramos.
La mente de los pequeños no distingue entre las guerras que ve en la televisión o en la computadora, y las reales. El cuerpo emocional del niño sólo recibe estímulos, no diferencia lo que es la realidad, de la ficción de los programas creados para su propia diversión. Y como además de allí la violencia -en varias versiones- aparece a su alcance por todos lados, en los periódicos, en las conversaciones cotidianas y hasta en las lecturas infantiles, el niño aprende que el mundo es violento.
Entonces, según lo que les estamos enseñando, en lugar de disfrutar aprendiendo el arte de vivir, una gran cantidad de niños aprende a defenderse con violencia, aún antes de dejar el chupete, y a entrenarse en la lucha por la supervivencia, hasta que se transforman en adultos contradictorios y casi siempre agresivos, aunque a veces ni lo registren y otras lo traten de disimular.
... continúa en (Aprendizaje III)
B.R.A.
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